Algo cambió en las vidas de todas nosotras la noche del 13 de noviembre de 1992: tres adolescentes desaparecieron cuando hacían autostop para ir a una discoteca. Sus cuerpos fueron encontrados dos meses y medio después, tras una intensa búsqueda, en un paraje montañoso.
El “Caso Alcàsser” se convirtió en un relato del peligro sexual que marcó a toda una generación de jóvenes mujeres durante la década de los 90. En una época de aperturismo y avances en la libertad y los derechos de la mujer en la sociedad española, este crimen fue la excusa perfecta para convencernos de que, ante el peligro, lo mejor era quedarse en casa, y que la causa de esta violencia era, en realidad, nuestro cuerpo femenino.
Esta brutalidad aleatoria se ha seguido repitiendo a lo largo de los años y, actualmente, las consignas de lo que puedes o no puedes hacer, de por dónde te conviene ir o simple­mente cómo debes vestir, siguen marcando nuestra vida desde que somos adolescentes. 
Toda una generación recuerda a las tres chicas de Alcàsser. El miedo permanece instalado en nuestro día a día y el terror con el que nos educaron nos ha acostumbrado a vivir en constante alerta y peligro. 
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